viernes, 26 de septiembre de 2008

Las torres del dolor


Louise pulsaba desesperadamente la tecla verde de su móvil, marcando y remarcando el número que durante los últimos 25 minutos llevaba intentando contactar. Era imposible, la red estaba saturada y las pocas ocasiones que había conseguido comunicación la voz de una operadora indicando que el móvil se enocontraba apagado o fuera de cobertura le había respondido para su desolación.
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Aún no había marchado al trabajo, su flexibilidad horaria de ser comercial de una de las más importates operadoras de móviles estadounidense, le permitía disfrutar de la comodidad de su cama. Pero un sonido estridente le había hecho mirar a través de la ventana de su apartamento de Hester Street, un gigante columna de humo salía de una de las torres del World Trade Center. Un latigazo recorrió todo su cuerpo, su esposo, Ben, ya se econtraba en la oficina desde hacía un par de horas. Sú movil no dejaba de marcar y remarcar el número tanto del móvil de Ben como el de su trabajo. No estaba segura, pero pensaba que la columna de humo nacía muy cerca de la planta donde Ben tenía el despacho de su buffette de abogados.
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- No… no… Vamos Ben, coge el teléfono…. ¡Coge el maldito teléfono! ¡Quieres sonar de una vez!
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Louise estaba histérica en su casa, la televisión retransmitía en directo las imágenes, horririzada veía como ardía la torre, se acercó a la ventana la imagen real era mucho más sobrecogedora. En el horizonte pudo ver como un avión volaba… se estaba acercando a la torre… cada vez más… cada vez más cerca… Se va a estrellar…
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El móvil de Louise cayó al suelo mientra veía como un segundo avión se estrellaba contra la otra torre. Pegó su cabeza contra el cristal de la ventana, mientras poco a poco se deslizaba hacia el suelo hasta caer de rodillas. Estaban siendo atacados, dos accidentes, en el mismo lugar y de la misma forma no podían ocurrir tan seguidos.
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El miedo la sacudía por completo y poco a poco empezó a asumir que aquel beso de buenos días que Ben le había dado era el último beso que seguramente recibirìa de él.
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Avanzaban las horas, seguía sin recibir ningún tipo de respuesta. De repente un temblor hizo sacudir todo Manhattan, una de las torres se desplomaba, la torre en la que Ben trabaja.
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Louise comenzó a llorar mirando al horizonte, con el movil en la mano, mientras intentaba buscar un consuelo que no encontraba tras el cristal de la ventana. Las ambulancias y los coches de bomberos pasaban por debajo de su casa a velocidades incalcublabes, la gente corría. Ella no sabía que hacer, era todo demasiado, no hacía más de 3 horas que Ben se había despedido de ella, lo que no sabía que lo había hecho para siempre.
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Hoy 11 de Septiembre de 2008 Louise no ha ido a trabajar, acudía acompañada de su hijo Benjamin de 7 años y medio de edad para rendir honor a las 3000 personas que como Ben fueron sangre inocente derramada, “Nuestro mundo quedó roto” rezaba el discurso conmemorativo. Nuestro mundo y lo que es peor, la vida de miles de personas.
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Tomado del blog : Asì es la vida
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Tambien encontre el video curioso de los 20 dolares que al doblarlos se ven las torres gemelas y el pentagono incendiandose, ¿casualidades? asi parece, saludos.







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sábado, 6 de septiembre de 2008

El acróstico


Él ni siquiera entendía la naturaleza del pedido. Ella le explicó que se trataba de escribir su nombre en forma vertical y después hacer un verso que empezara con cada letra. "Yo de poesía no sabía nada", recuerda ahora. La única manera de salvar aquella situación era prometerle llevárselo al día siguiente escrito en el viejo cuaderno que llevaba ahora en sus manos.
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De repente, se le ocurrió visitar a un amigo suyo, varios años mayor, que se consideraba poeta. "No te preocupes, yo te lo hago, preséntalo como si fuera tuyo", le dijo. Realizó el acróstico y el joven Hahn lo copió con su letra para entregárselo a la dama al día siguiente. "Llegué a la plaza y salió la niña. Lo primero que me pidió fue el acróstico", explica. Al leerlo, ella dedujo que aquellos maduros versos enamorados no podían ser de su autoría. "Por supuesto, me negué y me hice el ofendido. Entonces me pidió que le escribiera otro allí mismo. Yo pensé, total, que me salga cualquier cosa. Por último, le digo que el otro me salió mejor porque lo pensé mucho rato. Hice uno como podía, y se lo entregué. Al leerlo, ella respondió : Te creo".
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De regreso a casa, el debutante poeta pensaba en lo fácil que le había resultado escribir aquellos versos. "Llegué a casa muy entusiasmado con esta especie de juguete nuevo que había descubierto, y escribí un poema tras otro hasta llenar un cuaderno", recuerda Hahn. Pero sucede que, volviendo del colegio, leyendo sus poemas, pensó que a nadie le importaria leer lo que èl sentìa. Entonces tomó aquel cuaderno y lo lanzó al río.
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Pasaron algunas horas y arrepentido decidiò volver al rìo a recuperar aquellos poemas que con tanta inspiraciòn habìa creado. Al acercarse se fijo que una silueta femenina sostenìa aquel viejo cuarderno. Lleno de verguenza tratò de alejarse para no ser visto, sin embargo, la voz de la joven le hizo detenerse y bajar la cabeza para no verla.
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Èl le explicò por que lo habìa hecho y le confesò que el acròstico que le habìa encargado no lo habia escrito èl.

"Yo ya lo sabia " dijo ella " Pero tambien me fije que los demas poemas que escribistes despues, todos estaban dedicados para mi, por eso te perdono ". Ambos sonrieron mutuamente, y al abrir el cuaderno de nuevo Hahn vio que la hoja del acròstico ya no estaba, alguien la habìa arrancado.

Ella lo mirò y le dijo: "el acròstico que te hice escribir no era para mi, era para una amiga, ella necesitaba uno y no sabìa como hacerlo... la hoja que arranque la tiene ahora su nuevo novio, pues ella descubriò que fue èl quien en verdad escribio el acròstico"

Así nacieron los primeros poemas que Hahn se animó a publicar a los 17 años, considerado hoy el autor chileno más importante de la generación del sesenta, reconocido por su personalísima manera de conciliar el habla coloquial con sus lecturas de la lírica del Siglo de Oro español, siempre recordará con cariño a aquella niña que no solo fue la musa de su creación sino también de su autocrítica.
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Historia adaptada por Marco Escobedo sobre el poeta Óscar Hahn.

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